El sistema socio-económico dominante se distingue especialmente por su dinamismo. Ya no
se le suele llamar "Occidental" pues ha devenido universal. Al proceso de esa transformación
se le denominó "mundialización" y "globalización". El hecho mismo de que se produjese esa
evolución es una muestra del dinamismo que caracteriza a ese sistema. Pero la evolución del
mismo, aparte de su expansión, tiene otras facetas que vamos a examinar. Se trata de la
variación de sus formas. En este sentido, el sistema dominante se distingue radicalmente de
las sociedades de castas. Las sociedades de castas son estáticas por su propia naturaleza. En
una sociedad de castas la situación de las personas es inamovible; una persona no puede pasar
de una casta a otra. Y además el rol o función de cada casta en la sociedad está fijado con
carácter definitivo.
Pues bien, el actual sistema dominante a escala mundial no es de castas sino de clases, en él
las personas pueden pasar de una clase a otra, de forma legal o ilegal, honesta o deshonesta,
pacífica o violenta... todo depende del dinero que consigan poseer y lo que decidan y puedan
hacer con él para aumentarlo. La naturaleza de cada clase depende de la manera en la que
interviene en el proceso productivo. Los procesos productivos cambian, evolucionan, a veces
por influencia de las clases que los gestionan, y a su vez ellos provocan cambios en las
propias clases. Y están, por último, los cambios o evolución que puede experimentar el
sistema en su conjunto. En este sentido se distinguen etapas diferenciadas que constituyen la
historia de la sociedad. Así, a grandes rasgos, se pasó de la sociedad esclavista a la feudal,
después vino la sociedad burguesa capitalista cuya evolución no ha cesado durante los últimos
siglos.
Precisamente del rumbo que está tomando la evolución de esta sociedad es a lo que queremos
prestar atención ahora. Se dice que estamos caminando hacia un nuevo feudalismo. ¿Qué
quiere decir esto? Para comprenderlo vamos a ver algunas características del sistema feudal
histórico, el que existió de manera dominante en Europa, aproximadamente desde el siglo V
al XVIII. La base del dominio de clase en esa sociedad feudal era la posesión de la tierra. El
rango y el poder de los dominadores del sistema se medía por la cantidad de terreno que
poseían, y la cantidad de siervos para cultivarla. Pero para comprender lo que tratamos de
explicar es necesario distinguir dos etapas muy diferenciadas del período feudal: una primera
etapa en la que los señores feudales tenían poder político y militar: participaban en la elección
de los monarcas, a quienes podían decidir apoyar o no en las guerras que éstos hacían, a veces
luchaban contra los propios reyes o intervenían en conjuras y conflictos entre dinastías,
siempre en provecho propio. Como ilustración de esa situación podemos ver lo que fueron en
nuestro país los reinados de Juan II y Enrique IV de Castilla, las humillaciones que esos
monarcas debieron sufrir de los nobles que teóricamente eran sus vasallos pero que los
manipulaban a su antojo. Esa situación cambió radicalmente en algunos países de Europa
Occidental (Portugal, España, Francia, Inglaterra…) a partir del siglo XV. Desde entonces,
aunque la aristocracia feudal siguió teniendo poder económico y dominio de clase sobre el
campesinado, dejaron de ser un problema político para los reyes y se conviertieron en
cortesanos de éstos como un ornato de la corona.
Cuando se dice que nuestra sociedad está derivando hacia un nuevo feudalismo se refiere al
de la primera etapa antes descrita, cuando los grandes terratenientes eran un poder que los
monarcas debían respetar y temer. Lógicamente ya no se trata de que vuelva la época en la
que la posesión de la tierra y su cultivo sea el factor determinante de dominio económico-
social. Después de esa etapa vino la industria, las tecnologías… El dinamismo de esta
sociedad creó formas más complejas de gestionar y elaborar los recursos necesarios para la
vida humana, lo que generó formas más sofisticadas de dominio económico. Lo que ocurre es
que en ese proceso, y sobre todo por la mundialización antes mencionada, los gestores de las
nuevas formas de dominio van escapando cada vez más al control de la autoridad política,
creando una situación similar a la del feudalismo inicial por la carencia o debilidad de una
autoridad que represente a todos en beneficio de todos por igual. Estamos viendo que los
estados nacionales e incluso entes multiestatales como la Unión Europea tienen dificultades
para someter a su política a las grandes corporaciones industriales y financieras. Las
industrias eléctricas, la petrolíferas, las farmacéuticas, los grandes bancos, y tantos otros entes
económicos multinacionales se pueden pitorrear de los gobiernos de las naciones en materia
de fijación de precios y evasión de impuestos de la misma manera que los señores feudales
del Medievo despreciaban a sus reyes.
Pero es un proceso que está muy lejos de haber culminado. La cosa camina hacia peor en el
sentido de que ese tipo de dominadores de la sociedad y de la economía mundial se van
haciendo cada vez más desconocidos, más anónimos. En otras épocas se hablaba de los
dominadores económicos del mundo con términos como “los Rothschild” o “el Club
Bilderberg” que quizá reflejasen la realidad de ese dominio. Últimamente se mencionan cosas
como: Ocho personas en el mundo poseen la misma riqueza que la mitad s pobre de la
humanidad. Parece ser que esa lista está constituida por personas como Bill Gates, el
fundador de Microsoft, Jeff Bezos, el dueño de Amazon, Amancio Ortega, fundador de
Inditex, Warren Buffett, director ejecutivo Berkshire Hathaway, Carlos Slim Helu,
propietario del Grupo Carso, Mark Zuckerberg, presidente, director ejecutivo y cofundador
de Facebook, Larry Ellison, director Oracle, y Michael Bloomberg, fundador y propietario
Bloomberg. Todas esa personas y otras por el estilo, a fin de cuentas, están ligadas a algún
sector del sistema productivo, y los gobiernos pueden intervenir esas empresas si se empeñan
en hacerlo.
Y además son personas conocidas. Los verdaderos enemigos del género humano, los nuevos
señores feudales, son desconocidos. En ese sentido el nuevo feudalismo es más potente y
peligroso que el antiguo. Juan II de Castilla sabía dónde encontrar a Álvaro de Luna para
hacerlo decapitar en Valladolid, y los jacobinos de la Convención conocían a los nobles a los
que querían hacer pasar por la guillotina. Pero los nuevos señores feudales son desconocidos,
invisibles. La mercancía con la que trabajan, por misma, no forma parte de la producción y
distribución de los recursos necesarios para la vida humana, pero condicionan y manipulan,
en provecho propio, la producción y la distribuución de esos recursos. En vez de llamarles
señores feudales démosles su verdadero nombre, son los mercaderes (el único personal al que
Jesús expulsó del templo), y la mercancía con la que trabajan es el dinero mismo, algo
inaprensible e ilocalizable. La verdadera aristocracia del mundo son los gestores anonimos del
sector financiero internacional que pueden mover capitales de forma opaca y alterar los
asuntos del mundo a su favor.
La mundialización o globalización de la economía fue un paso decisivo para que ese sector
anónimo e invisible llegará a ponerse fuera del alcance del los poderes públicos. Éstos siguen
siendo nacionales y por tanto incapaces de actuar contra poderes transnacionales. Por eso, se
está teniendo mucho cuidado de que esa mundialización no se realice también en el terreno
político, es decir, se trata de evitar por todos los medios que llegue a constituirse un gobierno
mundial. Sólo un ente de ese tipo podría combatir a los gestores de toda la riqueza mundial,
anulando el valor de todo el dinero, el numerario y el convencional, y todas las deudas, y
asumiendo el control de todo el aparato productivo y distributivo a escala mundial para
satisfacer las necesidades de todos los seres humanos por igual.
De esta manera se crearía un marco en el que el mercado no tiene ninguna función a realizar.
La sociedad, el bienestar del género humano no necesita en absoluto la nefasta institución del
mercado; sólo necesita producción y distribución de los recursos necesarios para la vida
humana. Y la gestión de esa producción y distribución es la función de los poderes públicos.
En ese marco no hacen falta mercaderes y mercado, son un factor distorsionador y dañino,
generador de clases sociales antagónicas, desigualdad, explotación del hombre por el
hombre… La solución de un mundo sin mercado y sin dinero puede parecer utópica e
irrealizable pero en realidad no lo es, como lo demuestran los esfuerzos que se están haciendo
para impedir su realización. Los verdaderos poderes del mundo se están volcando en
mantener artificialmente esta situación que les beneficia.
Por ejemplo, se inventan excusas para ayudar a los grandes bancos, "demasiado grandes para
dejarlos caer".
Además, en la estrategia para conservar el actual marco económico se están potenciando, en
el terreno ideológico, dos factores que aunque a veces parecen contradictorios, en realidad se
complementan. Ser trata de los fascismos y los nacionalismos. En el primer caso, el de los
fascismos, se trata de movilizar, a favor del sistema, a la parte más ignorante de la población,
incluso contra sus propios intereses, sobre la base de generar rechazo y agresisvidad contra
etnias y sectores sociales diferentes. En el segundo caso, el de los nacionalismos, se trata de
perpetuar la divisón política de la humanidad sobre la base de potenciar el sentimiento elitista
en grupos étnicos que se creen, o se les hace creer, superiores a los demás. Curiosamente, los
fundamentalismos religiosos participan a la vez de ambos extremismos. Y todo esto aporta
semejanzas del nuevo feudalismo con el antiguo. Para la formación de las naciones que
alcanzaron su unidad en el siglo XV y después fue un obstáculo muy grande la existencia de
comunidades étnicas que gozaban de unos privilegios a los que daban el nombre de “fueros”.
No es extraño que precisamente las regiones forales del Medievo sean aún hoy los focos de
nacionalismos separatistas. Y la intransigencia del fascismo y los fundamentalismos actuales
nos recuerda la Inquisición y las Cruzadas del antiguo mundo feudal.
El mencionado dinamismo de este sistema sólo se habrá justificado ante la Historia si conduce
a una culminación progresista favorable para todo el género humano, a la Libertad, Igualdad y
Fraternidad, es decir, la desaparición de las clases sociales diferentes y del estímulo egoista y
mercantil que las generaron. La sociedad ha de seguir siendo dinámica y evolutiva pero en
sentido progresista, no generando competencia y agresividad entre los humanos sino
fomentando la inventiva para progresar técnicamente en una Naturaleza que se debe conservar
a favor de toda la humanidad.